Un día el pequeño pingüino recibe de pleno el desaforado grito de su madre. Un grito tan destemplado que lo saca “volando en pedazos”. Y así, como lo oyen, su pico aterriza en las montañas, su cola en la ciudad, las alas en medio de la jungla…, solo sus pies se quedan, como petrificados, en su lugar. Pero luego de un momento éstos empiezan a correr en busca del resto del cuerpo solo que la búsqueda no tiene éxito porque sus ojos andan perdidos en el universo y su pico, que le permitiría gritar por ayuda, se encuentra quien sabe dónde. Cuando empieza a caer la noche y a despuntar el desánimo llega Madrechillona que había estado recogiendo cada uno de los pedazos y cosiéndolos de nuevo, pero llega además con una palabra que restituye y reconforta, llega pidiendo perdón.