Hace mucho que quería leer Elogio de la lentitud, de Carl Honoré. Por fin he conseguido colarlo entre mi enorme lista de lecturas pendientes. Lo cierto es que se lee muy fácilmente, es un texto típico de periodista y se basa mucho en testimonios de personas "corrientes", técnica narrativa que a mi no me entusiasma. Pero, por otro lado, pone en palabras algo que yo ya hacía tiempo que sentía como una necesidad: dejar de correr de aquí para allá como un pollo decapitado (perdonad que use esta metáfora extraida del propio libro, pero me ha parecido tan ilustrativa: correr sin saber hacia dónde ni por qué).
Lo que más me ha sorprendido es que esta necesidad de frenar, esa aplicación del dicho popular (o si no es popular, al menos lo decía mi abuela) "vísteme despacio que tengo prisa", no solo es compartida por más gente sino que ha dado lugar a todo un movimiento con diferentes vertientes. Así, podemos encontrar Slow Food, una organización nacida en Bra (Italia) que defiende una vida sin prisas, comenzando por la mesa. Esto incluye dar la debida importancia al placer, al ritmo de las estaciones, a la relación social alrededor de la mesa, a la gastronomía tradicional, a la biodiversidad agroalimentaria...
Inspirada en Slow Food, ha surgido Slow Cities, una agrupación de pueblos y ciudades con el compromiso de incrementar la calidad de vida de sus ciudadanos a través de políticas de infraestructuras respetuosas con las características de la localidad y que promueven la sociabilidad, los negocios artesanales y el respeto por el medio natural.
Alimentado por la energía de estas asociaciones, se ha estructurado todo un movimiento mundial, llamado movimiento slow cuya filosofía comparto en buena parte. No se si he entendido la necesidad de agruparse en un movimiento organizado pero, sin lugar a dudas, me parece muy necesario reducir el ritmo de vida vertiginoso que llevamos y llegar a cierta calma, que nos permita reflexionar acerca de quienes somos, qué queremos y hacia dónde vamos. Y, sobre todo, disfrutar de los placeres de la vida saboréandolos y no solamente engullendo productos y servicios de consumo.
Esto me parece particularmente importante en el caso de los niños: muchos de ellos, agobiados por horarios escolares maratonianos, mil extraescolares y actividades de todo tipo, pasan de puntillas por su niñez sin tiempo para la imaginación, la creatividad o el simple aburrimiento (¡tan necesario!). Suscribo en especial la cita de Platón que Carl Honoré usa en su décimos capítulo ("Los hijos: la educación de niños pausados"):
"La clase de educación más eficaz es que el niño juegue entre cosas bellas".
Comentarios
plís, me pasarás el libro?
pero eso sí, sin prisas
jiji
un saludo nepalisco