Cuando miré al espejo de la habitación vi, por fin, cara a cara, al elefante. Caminaba despacio, a pequeños pasos pues el habitáculo era casi de sus mismas dimensiones, pero continuaba, seguro, sin detener sus patas que bien conocían y habían transitado ya ese camino fangoso, aunque era la primera vez que llegaba tan lejos.
Veía sus colmillos gastados tras años de luchas y peleas, el marfil que una vez fue de un blanco impoluto dejaba adivinar cada pequeña herida que laceraba todo el esmalte más allá de la superficie. Su piel elevada su dureza a la quinta o décima potencia, o quien sabe, simplemente trataba de esconder, cubrir sus debilidades, intentar que no le volviesen a hacer daño.
Después de transcurrir el tiempo suficiente para ver todos sus miedos en cada poro de su cuerpo, destapó el bote de Diazepán y volvió a meter los 20 comprimidos, abrió la ventana y lo lanzó lo mas lejos que pudo. El elefante tal cual Alicia tras tomarse la poción mágica en el capítulo primero fue encogiéndose hasta desaparecer al igual que los ansiolíticos pero al contrario de tomarse ningún tipo de fármaco ella había saltado al capítulo quinto cuando también a través del espejo vio reflejada aquella ilustración enmarcada y colgada en la pared del cuarto. Se trataba asimismo de la protagonista del cuento de Lewis Carrol y la oruga azul que había aconsejado a la niña cuando se sentía perdida. Al fin y al cabo se encontraba en un planeta de locos y ella podía seguir viviendo un su particular mundo de fantasía.
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