Nathaniel H.W.K. me dejó en este desierto blanco, perfectamente cuadriculado, abandonado a mi destino. Desde aquel día (llovía en el puerto y los barcos componían un cementerio gris y negro, salvado sólo por los intervalos amarillos y rojos de las líneas de flotación) desde aquel día-digo- mi vida es una incógnita y mi suerte, pura zozobra. Estoy aquí, vestido de gris, con un sombrero de fieltro y unas maletas de cuero que no sé qué portan; estoy aquí, preguntando a nadie, preguntándome a mí mismo, preguntando a Nathaniel H-W-K- Pero no responde. He intentado llamarle por teléfono y no he encontrado ninguno en este desierto (el último teléfono que vi estaba en el María; de eso hace dos capítulos). Sé, al menos, que Terése está cerca, en algún lugar tras el horizonte cuadriculado. Antes de salir para acá le telegrafié anunciándole mi llegada, en el María, a las 13:35. Pero ella no vino (Nathaniel la retuvo, por algún oscuro interés y ahora… ¿estarán juntos, mientras yo permanezco aquí, sin posibilidad alguna de conectar con algún semejante?). Nathaniel me lanzó a esta aventura, me dio la sangre azul de su estilográfica para luego dejarme sin referencias, sin anclajes: vacío. La espera es mi pulso y la soledad el alimento de mi odio. No puedo moverme. No sé moverme sin él. Y sé que ella me espera en algún lugar de este desierto blanco, perfectamente cuadriculado…
-Cuando comencé esta novela no sabía cómo acabarla. Aún lo ignoro. He llegado a este punto sin retorno y sin avance en que las palabras se detienen como ante una presa. Quizás Matías llegue a ver a Terése; quizá no…; quizá Terése busque en otros ojos las lagunas azules que Matías ya no puede ofrecerle; quizá no…
-Pero Nathaniel ¿después de veinte capítulos, andas con esas dudas?
-Así es, amigo, así es: He decidido dejar la novela, al menos unos meses, para que fermente, para que los personajes me dicten algo al oído. De momento, Matías llegó a New York, como sabes. Y allí lo dejé, tras una estela de puntos suspensivos. Te leo las últimas frases: “El María se acercaba lentamente, sin ruido. Matías esperaba ver a Terése esperándolo, vestida, quizá, con aquel traje rojo que le regalara en Madrid. Llovía en el puerto y los barcos componían un cementerio gris y negro salvado sólo por los intervalos amarillos y rojos de las líneas de flotación…”
TEO SERNA- LAS SECRETAS INTENCIONES
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