El libro acabó y sentí la necesidad de acabar yo con él a su vez. La biblioteca había cerrado hasta la mañana siguiente; entonces, lo bajé en silencio al coche, lo enterré en el maletero y subrayé como epitafio algunas de sus palabras como señales de las huellas de aquel crimen:
- En el hielo quedaban como cicatrices, multitud de dolorosos cortes de cuchillas de patín.
- Se veía una luna muy grande flotando sobre la colina, como una bandeja de acero inoxidable.
- Los días fríos compartíamos un bolsillo.
- Nadar ha sido siempre una de las cosas maravillosas en mi vida. Quizás no me haya ahorrado ningún problema pero tampoco me ha ocasionado ninguno. NADAR. Nunca nada podrá estropearlo.
- En la cama quedan huellas de que alguien ha estado acostado. Quito el edredón, paso la mano. No queda siquiera un resto de calor.
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