- En fin, que mi cuñado no para de fabricar azulejos, día tras día. Además, tiene acciones en diferentes compañías. Y también posee tierras. En una palabra, que él si sabe cómo hacer las cosas. Igual que mi padre. En fin, que nosotros, es decir, mi familia, nos dividimos en dos grupos muy diferenciados. El de los sanos y el de los enfermos. El de los productivos y el de los improductivos. La diferencia entre los dos grupos es abismal. Ante ella, cualquier otro baremo pierde sentido pero eso no importa. Al fin y al cabo, nosotros, a nuestra manera coexistimos en armonía. Los sanos van haciendo azulejos laboriosamente, multiplicando sus riquezas y evadiendo los impuestos, tanto como pueden, esto último que quede entre nosotros, y alimentan a los enfermos. Un auténtico sistema de división de trabajo.
En este punto enmudeció y aspiró una gran bocanada de aire. Tamborileó con las uñas sobre la mesa. En silencio, yo esperaba a que prosiguiera.
- Todo lo deciden ellos. Estate allí un mes, quédate aquí otro mes. Yo soy como la lluvia, yendo y viniendo, de aquí para allá. Quiero decir, hablando con propiedad, los somos mi madre y yo, los dos.
......
- Acabo de hablar de la división del trabajo- prosiguió él-. Y, como en toda división del trabajo propiamente dicha, nosotros dos también desempeñamos una función. No nos limitamos sólo a recibir. La relación no es unidireccional, claro está. ¿Cómo se lo explicaría? Nosotros dos, no haciendo nada, compensamos su exceso. Así se mantiene el equilibrio. Corregimos todo lo que se deriva de su superabundancia. Ésta es nuestra razón de existir. ¿Entiende lo que quiero decirle?
El cuchillo de caza (H: Murakami)
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