Pero nadie imagine que lo que ocurre durante el sueño en las honduras anímicas, no subsiste asimismo durante el período de vigilia. Un muy interesante descubrimiento de la ciencia espiritual muestra, que el hombre no sólo sueña cuando cree soñar, sino también en la vigilia. En realidad el sueño satura el alma, si bien el individuo no se da cuenta de ello, porque la conciencia de vigilia sofoca, por ser más fuerte, la onírica. Así como se hace más opaca una luz débil por la acción de otra más brillante, así la conciencia diurna ahoga este sueño ininterrumpido que se prosigue incluso durante la vida diurna normal, pero que subsiste en todo momento en el fondo del alma. El hombre, pues siempre sueña, aunque de ello no sea consciente, y de la profusión de los procesos que ocurren en los sueños inconscientes, y que son infinitos en comparación con el devenir de la conciencia diurna, emergen los que afloran a la conciencia, como gota de agua que se separa del amplio mar en el que se contenía. mas estos sueños que subsisten inconscientes, constituyen una experiencia espiritual, una vivencia del alma en cuyas profundidades tiene lugar. Son experiencias espirituales hondamente ancladas en las regiones anímicas inconscientes, y en ellas se llevan a cabo, del mismo modo que en el cuerpo tienen lugar los procesos químicos,
inconscientes.
Y así como hoy sólo en casos muy especiales existen sensibilidades capaces de experimentar el sentimiento que a continuación voy a describir, ello era muy frecuente en los remotos tiempos, y no estaba reservado sólo al hombre con disposición artística, sino al simple y totalmente primitivo.
Puede suceder que en las profundidades anímicas subyazga una experiencia muy indeterminada, lo más indeterminada posible, que no aflore a la conciencia y que nada de ella asome a la vida diurna consciente; sin embargo, late en el alma, como existe el hambre en el organismo. Y así como el hambre pide algo, así también pide algo ese estado de ánimo incierto, que procede de experiencias sumidas en las honduras de lo anímico. Entonces, uno se siente impelido a echar mano de un cuento o de una leyenda, o tal vez, si se posee naturaleza artística, a componerlos uno mismo y, siendo así se tiene la sensación de que todas las palabras que teóricamente podemos utilizar son sólo un simple balbuceo ante aquellas experiencias: así es como se tejen las imágenes de los cuentos.
CUENTO: la serpiente y la bella Lilia
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