Llegó el domingo pasada la mañana. La luz del sol a través de la ventana apoyaba sus rayos en la aguja que marcaba la una en el reloj de la iglesia. Se abrazaron. Aquellos que una vez tuvieron a la parca de los sueños hilando por un futuro juntos; ahora se tocaban y se sentían con la intensidad de la piel que quiere conservar en su memoria los últimos abrazos. Deseo. El dolor trae deseo. No lo había experimentado hasta este ahora. Ni siquiera el enamoramiento y todo un cuerpo de hormonas sin cabeza habían hecho estallar esta emoción tan sublime. Paradoja. Era ahora que terminaban su relación cuando y cuanto más le deseaba. Hablaron un buen rato y estallaron más fuegos artificiales. Un conjunto colorido y luminoso de celos. Sí, celos. Ella intenta sacar de su bolsillo la piedra filosofal que le responda si esto se debe a que ahora está sola y la que abandonó es, en esta ocasión, abandonada. Y lo que estaba arriba (aunque nunca se sintió reina), está abajo. ¿O todo ha sido un conju...