Llegó el domingo pasada la mañana. La luz del sol a través de la ventana apoyaba sus rayos en la aguja que marcaba la una en el reloj de la iglesia.
Se abrazaron. Aquellos que una vez tuvieron a la parca de los sueños hilando por un futuro juntos; ahora se tocaban y se sentían con la intensidad de la piel que quiere conservar en su memoria los últimos abrazos.
Deseo. El dolor trae deseo. No lo había experimentado hasta este ahora. Ni siquiera el enamoramiento y todo un cuerpo de hormonas sin cabeza habían hecho estallar esta emoción tan sublime.
Paradoja. Era ahora que terminaban su relación cuando y cuanto más le deseaba.
Hablaron un buen rato y estallaron más fuegos artificiales. Un conjunto colorido y luminoso de celos. Sí, celos.
Ella intenta sacar de su bolsillo la piedra filosofal que le responda si esto se debe a que ahora está sola y la que abandonó es, en esta ocasión, abandonada. Y lo que estaba arriba (aunque nunca se sintió reina), está abajo.
¿O todo ha sido un conjuro mágico para darse cuenta de que lo amaba? Y, por eso, siente celos, dolor y deseo. ¿Darse cuenta de que aunque no fue un flechazo, el amor ha crecido entre ellos?
La piedra no responde. Y como lo sólido permanece inmutable, pasaron al estado líquido. Y se dejaron fluir. Salieron a comer juntos donde nadie les conocía. Y las aguas trajeron más besos, más caricias...una oleada de implícito sexo. -¿Y por qué no dejarse llevar y tener sexo cuando nos apetezca?- se plantearon. Simplemente eso, sin compromiso. Esta última proposición de la pareja no tenía lógica. ¡Pero...si fue el sexo lo que principalmente falló en la unión de sus cuerpos! ¿O fue el deseo? ¿O faltaban los celos? ¿O ha mudado de piel la serpiente y se ha convertido en tigresa?
Dolor. No se dio cuenta del dolor que aún llevaba dentro por una amante frustrada; por manchar el papel donde su pincel pudiera seguir creando aventuras sexuales rosas, rojas y turquesas.
Pero con él la conexión y la complicidad existían. ¡Faltaba el sexo! Había respeto y amor eterno.
Las lágrimas de aquella comida y el postre de besos dejaron la puerta abierta.
Abierta a seguir viviendo y sintiendo. Y fue el último día que ritualizaron cada una de las letras de D-E-S-P-E-D-I-D-A.
Y volvió el agua y nació el sexo...¿el sexo? ¿Había sentido algo parecido con él hasta el momento?
Se bañaron desnudos en aquella tarde-noche de reflejos de una luna llena, llena de amor.
Dándose las gracias, cerrando todo doloroso y pesado pasado, dando luz a lo que vendrá. En un solsticio de verano.
Quedaría bonito terminar aquí. Pero lo oscuro también ha de salir, para darle luz...para amarlo.
Si me amo puedo amar ¿no es así?
Y entonces al volante de la vida y de su coche tuvo que salir aquel desgarrador grito y llanto porque desgarrado estaba su pecho.
Miedo. ¿Era miedo de quedarse sola? ¿De equivocarse? ¿De sentir hasta en ese extremo?
Llegó exhausta a casa y miró la luna y la luna la miró a ella. Le meció el mar y puso sobre él sus deseos.
Ilumíname luna, ilumina mis sueños.
Se abrazaron. Aquellos que una vez tuvieron a la parca de los sueños hilando por un futuro juntos; ahora se tocaban y se sentían con la intensidad de la piel que quiere conservar en su memoria los últimos abrazos.
Deseo. El dolor trae deseo. No lo había experimentado hasta este ahora. Ni siquiera el enamoramiento y todo un cuerpo de hormonas sin cabeza habían hecho estallar esta emoción tan sublime.
Paradoja. Era ahora que terminaban su relación cuando y cuanto más le deseaba.
Hablaron un buen rato y estallaron más fuegos artificiales. Un conjunto colorido y luminoso de celos. Sí, celos.
Ella intenta sacar de su bolsillo la piedra filosofal que le responda si esto se debe a que ahora está sola y la que abandonó es, en esta ocasión, abandonada. Y lo que estaba arriba (aunque nunca se sintió reina), está abajo.
¿O todo ha sido un conjuro mágico para darse cuenta de que lo amaba? Y, por eso, siente celos, dolor y deseo. ¿Darse cuenta de que aunque no fue un flechazo, el amor ha crecido entre ellos?
La piedra no responde. Y como lo sólido permanece inmutable, pasaron al estado líquido. Y se dejaron fluir. Salieron a comer juntos donde nadie les conocía. Y las aguas trajeron más besos, más caricias...una oleada de implícito sexo. -¿Y por qué no dejarse llevar y tener sexo cuando nos apetezca?- se plantearon. Simplemente eso, sin compromiso. Esta última proposición de la pareja no tenía lógica. ¡Pero...si fue el sexo lo que principalmente falló en la unión de sus cuerpos! ¿O fue el deseo? ¿O faltaban los celos? ¿O ha mudado de piel la serpiente y se ha convertido en tigresa?
Dolor. No se dio cuenta del dolor que aún llevaba dentro por una amante frustrada; por manchar el papel donde su pincel pudiera seguir creando aventuras sexuales rosas, rojas y turquesas.
Pero con él la conexión y la complicidad existían. ¡Faltaba el sexo! Había respeto y amor eterno.
Las lágrimas de aquella comida y el postre de besos dejaron la puerta abierta.
Abierta a seguir viviendo y sintiendo. Y fue el último día que ritualizaron cada una de las letras de D-E-S-P-E-D-I-D-A.
Y volvió el agua y nació el sexo...¿el sexo? ¿Había sentido algo parecido con él hasta el momento?
Se bañaron desnudos en aquella tarde-noche de reflejos de una luna llena, llena de amor.
Dándose las gracias, cerrando todo doloroso y pesado pasado, dando luz a lo que vendrá. En un solsticio de verano.
Quedaría bonito terminar aquí. Pero lo oscuro también ha de salir, para darle luz...para amarlo.
Si me amo puedo amar ¿no es así?
Y entonces al volante de la vida y de su coche tuvo que salir aquel desgarrador grito y llanto porque desgarrado estaba su pecho.
Miedo. ¿Era miedo de quedarse sola? ¿De equivocarse? ¿De sentir hasta en ese extremo?
Llegó exhausta a casa y miró la luna y la luna la miró a ella. Le meció el mar y puso sobre él sus deseos.
Ilumíname luna, ilumina mis sueños.
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