Me gusta notar el dióxido
que sale por su nariz al exhalar
como la calima del desierto
en el mes de enero
después de inspirar tormentas polares.
Me gusta que sus extremidades superiores
configurándose en sus dos preciosas manos
retocen por mi cuerpo conquistando cada centímetro
a velocidades supersónicas,
pues no existe el tiempo en el que alguno
de los poros de mi piel las eche de menos.
Me gusta ese espacio de su cara
delimitado entre abismos y maduras barbas
donde se liberan expresiones de ternura,
profundos caminos dibujados
desde la infancia
con un viejo lápiz gastado.
que sale por su nariz al exhalar
como la calima del desierto
en el mes de enero
después de inspirar tormentas polares.
Me gusta que sus extremidades superiores
configurándose en sus dos preciosas manos
retocen por mi cuerpo conquistando cada centímetro
a velocidades supersónicas,
pues no existe el tiempo en el que alguno
de los poros de mi piel las eche de menos.
Me gusta ese espacio de su cara
delimitado entre abismos y maduras barbas
donde se liberan expresiones de ternura,
profundos caminos dibujados
desde la infancia
con un viejo lápiz gastado.
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