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PUNTO DE ENCUENTRO: SHENKÉ


RELATO
 PUNTO DE ENCUENTRO: SHENKÉ

Apareció apresuradamente en la consulta o, mejor dicho, en el espacio de sanación con las botas mojadas y el pelo envuelto en gotas de lluvia. Anticipando su entrada, el carricoche y su bebé cuya silueta se diluía con aquel plasticucho.
Eran habituales los días, los momentos o las semanas interminables de lluvia en Cuenca.
Iris tenía 30 años y su pequeño trescientas cincuenta y cinco semanas menos que ella. Había frecuentado bares intoxicados por grupos como Los Reincidentes, Los Fulanos o Boikot. Pero aquellos ruidos de guitarras y amplificadores le embriagaban más que los canutos de marihuana. Siempre había querido ser madre y, cumplido su sueño, hoy por hoy, se sentía frustrada, no por haber cambiado ese estilo de vida caótico y  rutinario a la vez, sino porque estaba sola junto con aquel marido que se limitaba a sacar al perro y preparar tajin de cordero con membrillo caramelizado cuando tenían alguna de sus magistrales broncas a las tantas de la mañana impregnado aún a aguardiente y cocina del restaurante donde trabajaba.
Ella visitaba aquella sala con olor a incienso “Ommm” una vez a la semana para punturarse en el VB-31 o “Ciudad del Viento” calmando así sus continuas migrañas. Llegaba a la vez pulsando el timbre a través de sus guantes de cuero negro con interior de borreguillo Isabel Álvarez Toledo. Aquella chica de edad adolescente ya había tenido experiencias paranormales de todo tipo: levitación, telepatía, transcomunicación…además de sus dones de quiromancia. Aunque nada de ello le había servido curar su psoriasis que se extendía por el ochenta por ciento de su cuerpo. Al revés, tenía brotes más fuertes después de estas lindísimas vivencias.
Justo en el lado oeste de la casa, tumbada en una camilla, con los pies desnudos y una aguja en el índice y el pulgar de cada pie lloraba y reía aquella herida de mujer; lo hacía a intervalos irregulares, tal y como correspondía a su vida. Se presentaba como ninfómana en sus primeras citas con la misma naturalidad que podía preguntar el horóscopo a cualquiera de sus incontables acompañantes. Eran los pechos más conocidos del edificio Hamilton, donde podría decirse que vivía ocho horas al día entre las oficinas de la sexta planta y el aseo de caballeros.- Todo esto se ha acabado- pensaba con los labios azules cual tintero de rímel. La oncóloga había sido clara: -Tienes un tumor de tres centímetros.  Si no disminuye después de las sesiones de radioterapia lo tendremos que extirpar-. Aquel sabor salado se convertía en amargo desbordándole el alma al pensar que ya no atraería a los “machitos” igual. El pensamiento adictivo “de hacerlo” se emparanoiaba con un cáncer de pecho envenenado de culpabilidad.
Empezaron sus primeros flirteos junto con su amiga Esther que le había enseñado más que lo esencial respecto al sexo. Y ella fue aprendiendo por sí misma a descontrolarse mucho más. Sin bragas la mayor parte del tiempo pero con la mochila cargada a sus espaldas del peso de un origen ignoto pues su infancia había sido totalmente feliz.
Iris e Isabel pasaron y se acomodaron en dos camillas vacías. Julián caminaba detrás de ellas echando un vistazo a sus respectivas fichas. La rutina y la meticulosidad casi podrían decirse que eran sus principales máximas.- ¿Cómo llevas el darle el pecho?- le preguntó a Iris. –Sabrás que tiene tres coma seis veces menos cantidad de sodio que la leche de vaca. Y hay menor riesgo de cáncer de pecho en cuanto a ti-. Julián se mordió la lengua al darse cuenta de la situación y se dirigió a coger los blíster de agujas tipo chino Premium pues eran con los que él había aprendido durante cuatro años en la Escuela de Neijing en Pozoamargo.
Todos sus pacientes le admiraban. Se había ganado a pulso su fama tras compatibilizar su trabajo en Telefónica y los estudios. Ahora seguía en la empresa y curraba otras diez horas poniendo agujas y escuchando las historias que transitaban por su consulta. Su truco para descansar con tan pocas horas de sueño era la meditación Zen. Así, acudía al dojo habitualmente y leía los escritos del budismo transmitidos desde Deshimaru a su discípulo Kosen. “El libro de la nada” le acompañaba siempre en sus viajes.
Todas estaban atendidas. Julián se sentó un rato en el sofá. Súbitamente el bebé empezó a llorar, más bien berrear. La piel de su rostro iba del anaranjado rojizo al rojo prelado pasando por el de tipo cromo. Los cinco se empezaron a rascar en la misma zona de su cuerpo, el punto ID-22 o “Shenké”. O dícese de otra manera, el punto energético de la premonición.

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